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Web EL NOMBRE DE SU DOMINIO

Sunday, October 09, 2005

EL

El esta allí,
Allí en el aire,
En el ático refugio del principio de sus días,
En la cúpula magna que eleva el alma exacerbada al estado de esperanza idílico,
En la fe venturosa en si misma confiada,
En la brisa marina que bendice a la humilde nave de pesca,
Allí en la conjunción de nubes, que contrasta su pureza al rascacielos hereje de riqueza bochornosa.

También esta allí,
En el curso de agua que corre libre,
Como su legado atraviesa el alma  y su recuerdo  va mutando de una nutrida
Sensación de abandono a una evocación calida, armoniosa, tierna y eterna.

Sigue y continúa presente en las oraciones de los plenos de fe,
En el clamor desesperanzado de aquellos del rumbo perdido.

En la ingenuidad infantil, en el fervor juvenil, en la búsqueda madura, en la sabia quietud,
En el fluctuar estival de los parpados, en la lentitud de los pasos últimos,
En la muerte sobre los músculos soberana, en el golpe certero que termina su dominio.

Y esta allí,
Conduciéndonos a presencia del rey de reyes, De la reina blanca siempre inmaculada,
La admirada entre todas, todas las mujeres, la sola plena y llena de gracia….

Sigue allí
Mientras los tiempos en raudo retroceso sobre sus propios pasos casi tocan el inicio,
Final anunciado del aliento,
Allí en medio de la guerra con una bandera blanca en alto y una corona de olivos….
Eludiendo lo casi imposible: minas, bombas, ráfagas implacables de balas, tiros de mortero, misiles;
La orgía del infierno por las ansias casi voraces de matar y un ritual pagano- pirotécnico ensordecedor,
Ultimo estallido en la implosión de los tímpanos y el cese del respiro.

Y así en la más lúgubre de las escenas donde la sangre tibia corre por las alcantarillas,
La fe no depone por el contrario marcha en valentía,
En su estandarte los nombres de los mártires, repitiéndose unos a otros en unísono
La letanía de los santos al inicio y al fin de los siglos
En su escudo una gran cruz,
En cada  extremo una palma y un sol,
Reprimiendo el avance de las sombras, irrumpiendo la luz por sobre nuestras cabezas en desdicha,
Por encima de los ojos ya depuestos, clavados en el piso, como cegados por el polvo, como perdidos en la tierra.

Allí en el borde del valle donde una fisura abstrae el grito al choque frontal de las placas,
Como un jardín primero y asesino
Temblor visceral de los cuerpos,
Eructar de las montañas,
Océanos en acuarelas gigantes
Al costado de un sendero vació frente a este abismo- eyaculante compañía-
Al margen toda lógica
A fuerza de gemidos prestados.
En una nada tremenda
Tras todo.

Allí en un pueril balbuceo primitivo.


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